domingo, 19 de marzo de 2017


Celebrando la fidelidad de Dios

Junto con nuestra Hermana Hilda, agradecemos la fidelidad de Dios en su vida durante estos 50 años. Hoy es in día especial para nosotras como Instituto al celebrar la fiesta de San José y para ella, como algunas hermanas que dieron su primer SI al Dios de Nuestra Alianza.

Nací en una familia católica que me enseñó a vivir la fe con el ejemplo y con la palabra, pero todavía no había sido el Concilio Vaticano II, y se ponía mucho énfasis en el pecado, en el castigo, en los méritos para ganar el cielo.  Yo siempre fui exagerada en mis percepciones de la vida y, como muchas veces, cuando hacíamos alguna travesura, nos decían: “Mira que Dios te está mirando”, o cuando tuve que ir a confesarme, mi mamá me recalcó que no se me olvidara nada, porque de lo contrario iba a cometer un sacrilegio, sentía temor y no amor por Dios, se me imaginaba que estaba pendiente de lo que hacía, con un cuaderno en la mano, para castigarme cuando me llegara el juicio, además, como me ponía tan nerviosa cuando iba a confesarme, tenía miedo de haberme olvidado de algo y, por lo tanto, ya me veía derechita para el infierno.

Como éramos tres para estudiar al mismo tiempo (mi hermana menor y una ahijada de mis padres que vivía con nosotros), no podían enviarnos a una escuela pagada y nos mandaron a una escuela pública que había cerca de la casa, pero cuando yo pasé a 6º de Preparatoria, mi mamá y mi papá se dieron cuenta que sólo sabíamos lo que ellos nos habían enseñado y decidieron cambiarnos de escuela.  Un poco más lejos que la escuela pública, estaba la escuela de las Franciscanas Misioneras de María y nos matricularon allí, pidiendo que nos dejaran repitiendo, porque no sabíamos nada, pero la Madre que nos atendió, prefirió dejarnos en los cursos a los que habíamos pasado, es decir, mi hermana en 5º y yo en 6º. La ahijada de mi mamá había vuelto con su familia.

Fue una experiencia inolvidable por la diferencia que había con la escuela pública, ya que por primera vez yo existía para mi profesora, que se preocupaba de lo que yo aprendía y además sabía mi nombre.  Sin embargo, lo que me cambió la vida fue que a mitad del año nos hicieron un retiro, que no recuerdo en qué consistía y sólo se me quedó algo que dijo el Padre: “Dios nos ama tanto, que aunque una persona cometa el pecado más grande que nos podamos imaginar, El está esperando con los brazos abiertos a que se arrepienta para recibirlo”.

 Todavía cuando lo recuerdo me emociono, porque sentí tanta felicidad, fue como pasar de las sombras a la luz.  Sentí  que era terrible que hubiera gente que no lo supiera y desde ese momento quise ser “monjita”, como les decíamos a las religiosas, pero nadie me tomó en cuenta, porque sólo tenía 12 años.

Esta estampa expresa esa experiencia que viví.  Jesús, el Buen Pastor, encontró a la ovejita perdida en la oscuridad de la ignorancia y del temor.  El me recogió entre sus brazos, me apretó contra su corazón y me miró con amor.  Yo quedé extasiada contemplándolo.

El Señor es mi Pastor.  El me conduce y me protege ¿qué puedo temer?

Hna Hilda JIménez Donoso fmm