UNA VIDA ENTREGADA EN LAS MANOS DEL BUEN PASTOR
“Como un joven se casa con una virgen, así
el que te reconstruyó se casará contigo
” (Is.62,5)
A los doce años sentí el llamado del Señor, pero hasta
que cumplí 18 años nadie tomaba en cuenta lo que yo decía, siempre me
contestaban: tienes que crecer y estudiar, eres todavía muy niña. Sin embargo, cuando cumplí 18 años, se me abrieron
todas las puertas. El P. Carmelo, párroco de mi parroquia, les dijo a mis
padres que era conveniente que yo pasara unos meses con las Hermanas
Franciscanas Misioneras de María, para que me conocieran y que también yo las
conociera, porque no era suficiente el año que pasé en 6º preparatoria. Ellos aceptaron y el P. Carmelo me acompañó
para hablar con las Hermanas. Nos
recibió la Madre Mercedes y, como venía recomendada por un sacerdote, me dijo
que podía pasar unos meses con ellas y al mismo tiempo preparar mis papeles y
exámenes para ingresar. Esto fue a
principios de febrero y el 19 de marzo ya era una postulante Franciscana Misionera
de María. El noviciado fue, para mí,
como vivir en el cielo. Terminé el
noviciado el 17 de septiembre de 1969 y después de mi profesión temporal estaba
con todo el entusiasmo de salir a anunciar la Buena Nueva a todo el mundo, pero
el año que pasé en la catequesis fue un completo fracaso. Yo tengo un problema,
cuando me veo frente a un grupo, me quedo en blanco y no sé qué decir, así es
que terminé mi año como pude y me di cuenta de que eso no era para mí. Así es que me abandoné en las manos del Señor
y le dije: Aquí estoy, Señor, dispuesta
a lo que quieras. Y El me preparó el
camino. Me pidieron estudiar pedagogía en la nocturna, pero como no tenía
experiencia de trabajo, no me aceptaron.
Además, me aconsejaron que no estudiara pedagogía, ya que no tenía
aptitudes para profesora, así es que estudié secretariado. Una secretaria no necesita saber
contabilidad, pero en el programa de estudios había 4 semestres de
contabilidad. Como la Madre Provincial
sabía lo que estaba estudiando, al enfermarse la Ecónoma Provincial y al no
tener reemplazante, me pidió que ocupara su puesto. Y aunque en ese mismo momento no asumí el
cargo, se puede decir que toda mi vida religiosa he estado en la
administración. Y me he sentido muy
feliz de poder prestar este servicio.
Como dice San Pablo, no todos los miembros del cuerpo tienen una misma
función, y ninguno puede prescindir del otro.
Así es también una familia religiosa, no todas pueden estar en
vanguardia, se necesita que algunas prestemos servicios ocultos, somos como el
corazón, que no se ve, pero apoyamos a todas las que están en misión con
nuestro trabajo y con nuestra oración.
Quiero terminar con un salmo de agradecimiento a Dios,
por todo el amor que me ha mostrado en mi vida:
Ø El Señor
me llamó a la vida,
porque es eterna su misericordia
Ø Me dio
como padre un hombre llamado Angel Custodio, que fue un ángel de la guarda para
toda la familia
porque es eterna su misericordia
Ø Me dio una
madre llamada Ester, que me formó en los valores humanos y cristianos con su
palabra y su ejemplo
porque es eterna su misericordia
Ø Me dio
además, dos hermanas, con las que junto a mis padres, aprendí a ser familia
porque es eterna su misericordia
Ø Nací antes
del Concilio Vaticano II, para que viviera en el temor al castigo eterno y
quedara deslumbrada y transformara mi vida al conocer al Dios Amor
porque es eterna su misericordia
Ø Me puso en
el camino al P. Carmelo y a la Madre Mercedes, para ayudarme a dar el paso
hacia la consagración de mi vida
porque es eterna su misericordia
Ø Me dio
como Maestra a Tonina, para enseñarme los primeros pasos en la vida consagrada
y, al mismo tiempo, para desarrollarme como persona humana y cristiana
porque es eterna su misericordia
Ø A lo largo
de la vida me ha dado hermanas, que con su palabra y con su vida, me han
acompañado y me han ayudado a crecer en el amor a Dios y a los hermanos, a
vivir mi consagración en el día a día
porque es eterna su misericordia
Por todas las personas que he conocido,
las me han hecho el bien y las que me han hecho sufrir; a las que he ayudado o
he causado dolor y me han sabido perdonar y con el perdón y la acogida y con el
sufrimiento, he aprendido a conocerme y a conocer a los otros:
GRACIAS, SEÑOR
Por haberte sentido siempre a mi lado