¿Por qué tú no?
Para hablar de mi vocación, tengo que
remontarme a muchos años atrás. Nací en la bella ciudad de Santiago de Cali,
Valle, Colombia.
Fui la primera hija de Ismael Peña y Edelmira
Lozano; crecí junto a mis hermanos: Mery, Carlos Julio, Ismael, Edison, Ángel
Antonio y Merceditas. Cuando era postulante nació mi hermano Javier. También
con mi abuela Catalina, para mí una persona muy importante.
Mis estudios los realicé en la Escuela Isabel
de Castilla, dirigida por las hermanas Misioneras de María Inmaculada y de
Santa Catalina de Siena, fundadas por la hoy Santa Laura Montoya. Luego en un
Instituto profesional.
Mi camino de adolescente y joven se va
desarrollando en la Parroquia San José, del barrio Cristóbal Colón, en Cali.
Alternaba los estudios y más adelante el trabajo con algunos compromisos de
Iglesia: Legión de María, Cruzada Eucarística y servicio a la comunidad en una
cooperativa donde hacíamos con las amigas, servicios voluntarios para que se
pudieran vender los productos a bajo costo. Entre medio tenía mis días como
toda joven, de esparcimiento.
Lo que más recuerdo y con mucho cariño y
gratitud, son las salidas en familia cada domingo, mis padres, abuela y
hermanos íbamos al campo, cerca del río donde pasábamos todo el día. Eso si, a
primera hora de la mañana participábamos de la Eucaristía dominical.
A los 15 años, alguien me dijo que sería
religiosa, la verdad no me gustó para nada y lo dejé en el olvido. Trabajaba en
las oficinas de un diario local y un día por el mes de julio de 1965, mi padre
dejó sobre la mesa un pequeño folleto donde se hacía solamente una pregunta:
¿por qué tú no? Con el folleto en mano y en camino a la oficina, fui leyendo y
reflexionando, creo que fue como una luz fuerte, porque cuando llegué alguien
me preguntó que me pasaba, dije: Me voy a ser monja.
Con esa idea, empecé a buscar alguna
congregación que fuese misionera, era lo único que tenía claro. En esa búsqueda
pregunté a una amiga que ingresó con las hermanas con las que nos habíamos
educado y me dijo “las blancas son misioneras y están recibiendo”. Yo no las
conocía y no las había visto nunca, a pesar de que cada año pasaba unas semanas
en una casa que colindaba con el colegio donde las hermanas eran las
profesoras. Colegio El Amparo, en Cali.
Al finalizar un día la jornada de trabajo, me
dirigí al colegio y pedí hablar con la hermana superiora, ella me acogió con
mucho cariño y después de una entrevista que no recuerdo si fue corta o larga,
me pidió ir con mis padres, a quienes aún no había informado de mi decisión.
Tuve que hacerlo y pedirles permiso para hacer la solicitud de ingreso, como lo
hice en un momento en que nos encontrábamos descansando y jugando con los
papás, pensaron que era broma y mi padre me dijo: “claro, si quiere se va
enseguida, mañana le llevo la ropa”. Pero no era una broma, luego si le costó
firmar la carta, pero fiel a su principio que nos habían inculcado siempre, no
puso mayores objeciones.
A finales del mes de agosto de ese mismo año,
tenía la respuesta para ingresar si quería en septiembre, pero no había
presentado mi renuncia al trabajo, así que lo dejamos para diciembre. Entre
tanto preparar las cosas, cumplir con la ley laborar del pre-.aviso y tomar un
mes fuera de la casa, porque hasta ahí nunca me había alejado de mis padres
tanto rato y no tenía idea de cómo sería. Me acompañaron mi abuelita y mi
hermana Mercedes. Fue un tiempo de encuentro conmigo misma, de búsqueda si eso
que iba a hacer era lo que Dios quería para mí. La visita a los Santuarios de
Monserrat y la Virgen de Chiquinquirá, en Bogotá y luego a la Virgen de Fátima
en Cali, iban marcando de una manera más cierta mi camino.
Ingresé en Santa Rosa de Cabal, Risaralda;
los dos primeros años, entre postulantado y primer año de noviciado, fueron
pasando casi sin darme cuenta. Al inicio del segundo año íbamos a las veredas
(pequeños pueblos) cercanas al noviciado para compartir la catequesis con los
niños y niñas, estaba entusiasmada con ello, hasta que me llegó el momento de
abrir las alas y salir del nido. Era enviada a Chile.
Cuando miro para atrás y pienso en los
motivos para buscar la vida religiosa eran las misiones. Un sentido misionero
que creo lo debo a las hermanas de mi primera formación, siempre nos hablaban
de la necesidad de ir a enseñar… tenía una idea romántica de la misión. A lo
largo de mi vida he ido ampliando esta idea y con la mirada de María de la
Pasión, vivir la misión desde el lugar y el momento en que encuentro.
En general he vivido y quiero seguir viviendo
mi vida como una buena cristiana, tratando de amar y servir sin distinción a
todos los que el Señor va poniendo en mi camino, acoger su Voluntad con alegría
y disponibilidad. Cuanto me gustaría vivir el ideal de Francisco de Así “Que
Dios sea todo en mí”, es un ideal, un camino que requiere muchas veces la
audacia y la valentía, como la que se necesita para enfrentar cualquier
aventura y esta con mayor razón.
Al celebrar estos cincuenta año, quiero
agradecer a Dios en primer lugar, a mis padres, mi abuela, quien después que ya
había ingresado me confesó que siempre
rezaba para que yo fuera religiosa, nunca me lo dijo antes, ni me lo insinúo,
pero su oración fue escuchada. También a los sacerdotes y a las hermanas FMM, tantos
hermanos y hermanas que en los caminos del Señor me he encontrado y he podido
compartir la fe y la esperanza, en el Dios que es Amor y Misericordia.
Al concluir tomar conciencia que celebrar
este jubileo en el Año de la Misericordia, diría María de la Pasión, que es una
armonía divina, porque qué otra cosa es que Dios a pesar de mis miserias,
infidelidades, siga llamándome y dándome su Amor y Misericordia?
Alabanza a Ti Dios, Trino y Uno.