martes, 19 de septiembre de 2017

UNA VIDA ENTREGADA EN LAS MANOS DEL BUEN PASTOR

“Como un joven se casa con una virgen, así el que te reconstruyó se casará contigo ” (Is.62,5)


A los doce años sentí el llamado del Señor, pero hasta que cumplí 18 años nadie tomaba en cuenta lo que yo decía, siempre me contestaban: tienes que crecer y estudiar, eres todavía muy niña.  Sin embargo, cuando cumplí 18 años, se me abrieron todas las puertas. El P. Carmelo, párroco de mi parroquia, les dijo a mis padres que era conveniente que yo pasara unos meses con las Hermanas Franciscanas Misioneras de María, para que me conocieran y que también yo las conociera, porque no era suficiente el año que pasé en 6º preparatoria.  Ellos aceptaron y el P. Carmelo me acompañó para hablar con las Hermanas.  Nos recibió la Madre Mercedes y, como venía recomendada por un sacerdote, me dijo que podía pasar unos meses con ellas y al mismo tiempo preparar mis papeles y exámenes para ingresar.  Esto fue a principios de febrero y el 19 de marzo ya era una postulante Franciscana Misionera de María.  El noviciado fue, para mí, como vivir en el cielo.  Terminé el noviciado el 17 de septiembre de 1969 y después de mi profesión temporal estaba con todo el entusiasmo de salir a anunciar la Buena Nueva a todo el mundo, pero el año que pasé en la catequesis fue un completo fracaso. Yo tengo un problema, cuando me veo frente a un grupo, me quedo en blanco y no sé qué decir, así es que terminé mi año como pude y me di cuenta de que eso no era para mí.  Así es que me abandoné en las manos del Señor y le dije:  Aquí estoy, Señor, dispuesta a lo que quieras.  Y El me preparó el camino. Me pidieron estudiar pedagogía en la nocturna, pero como no tenía experiencia de trabajo, no me aceptaron.  Además, me aconsejaron que no estudiara pedagogía, ya que no tenía aptitudes para profesora, así es que estudié secretariado.  Una secretaria no necesita saber contabilidad, pero en el programa de estudios había 4 semestres de contabilidad.  Como la Madre Provincial sabía lo que estaba estudiando, al enfermarse la Ecónoma Provincial y al no tener reemplazante, me pidió que ocupara su puesto.  Y aunque en ese mismo momento no asumí el cargo, se puede decir que toda mi vida religiosa he estado en la administración.  Y me he sentido muy feliz de poder prestar este servicio.  Como dice San Pablo, no todos los miembros del cuerpo tienen una misma función, y ninguno puede prescindir del otro.  Así es también una familia religiosa, no todas pueden estar en vanguardia, se necesita que algunas prestemos servicios ocultos, somos como el corazón, que no se ve, pero apoyamos a todas las que están en misión con nuestro trabajo y con nuestra oración.

Quiero terminar con un salmo de agradecimiento a Dios, por todo el amor que me ha mostrado en mi vida:
Ø El Señor me llamó a la vida,
 porque es eterna su misericordia
Ø Me dio como padre un hombre llamado Angel Custodio, que fue un ángel de la guarda para toda la familia
 porque es eterna su misericordia
Ø Me dio una madre llamada Ester, que me formó en los valores humanos y cristianos con su palabra y su ejemplo
porque es eterna su misericordia
Ø Me dio además, dos hermanas, con las que junto a mis padres, aprendí a ser familia
porque es eterna su misericordia
Ø Nací antes del Concilio Vaticano II, para que viviera en el temor al castigo eterno y quedara deslumbrada y transformara mi vida al conocer al Dios  Amor
porque es eterna su misericordia
Ø Me puso en el camino al P. Carmelo y a la Madre Mercedes, para ayudarme a dar el paso hacia la consagración de mi vida
porque es eterna su misericordia
Ø Me dio como Maestra a Tonina, para enseñarme los primeros pasos en la vida consagrada y, al mismo tiempo, para desarrollarme como persona humana y cristiana
porque es eterna su misericordia
Ø A lo largo de la vida me ha dado hermanas, que con su palabra y con su vida, me han acompañado y me han ayudado a crecer en el amor a Dios y a los hermanos, a vivir mi consagración en el día a día
porque es eterna su misericordia


Por todas las personas que he conocido, las me han hecho el bien y las que me han hecho sufrir; a las que he ayudado o he causado dolor y me han sabido perdonar y con el perdón y la acogida y con el sufrimiento, he aprendido a conocerme y a conocer a los otros:
GRACIAS, SEÑOR
Por todos los acontecimientos: gratos y dolorosos
GRACIAS, SEÑOR
Por haberte sentido siempre a mi lado